No me gustan los helados | Chocolate de cobertura
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Chocolate de cobertura

En la foto que presidía el salón de mis abuelos, foto que mi madre sigue atesorando, se ve un hombre de poca estatura pero de pose erguida con su mano izquierda apoyada en la silla en la que descansaba la madre de mi abuelo. Su cara redonda reflejaba una expresión amable y serena, adornada con un bigote no muy poblado y una boina medio entornada. Lucía cual figurín: pantalón de talle alto, cinturón de cuero, camisa, chaleco abotonado y chaqueta ligeramente despejada hacía atrás con la mano en el bolsillo derecho del pantalón. Aquel hombre se desposó cuatro veces, una de ellas con su cuñada, y fruto de sus uniones nacieron diez varones y una niña que murió en el parto. No se asusten, no las mataba, pero la suerte no le sonrió y a pesar de la juventud de las esposas, enviudaba una vez tras otra. Guardaba cuatro años de luto y volvía a intentarlo.  La primera mujer murió con veintiocho años, la segunda en el parto de la fémina que concibió pero que la naturaleza no permitió que formara parte de la singular familia, la tercera falleció desafortunadamente atropellada por el único camión que debió circular en aquellos tiempos por el lugar y finalmente, la cuarta, a la cual todos llamaban Mamina. Le evitó su entierro, alcanzó la vejez y enviudó ella.

Aquel hombre fundó su familia en una pequeña aldea del norte del país rodeada de prados y árboles por doquier. La casa contra lo que cabría imaginar era pequeña y tenía dos plantas. En la planta baja se encontraba la cocina, una sala y dos habitaciones, una de ellas ocupada por los esposos y la otra por los niños durante el periodo de crianza. La planta alta tenía un corredor presidido por la foto de todas las mujeres, esposas y madres, y una sala diáfana que era el dormitorio de todos los hermanos que ya habían superado los primeros años de vida. En ésta sala, mi madre me contó que había una especie de hueco grande que servía para almacenamiento, y aquí viene lo mejor, estaba lleno de libros de las más variadas temáticas, de texto, novelas, biografías… en aquellos tiempos y en una aldea era poco corriente. Mi madre recuerda que en su infancia Mamina le leía las noticias del periódico relatándoselas a modo de cuento infantil.

La vivienda estaba construida en una finca no excesivamente grande, aunque provista de toda clase de árboles frutales, perales y manzanos, higueras, ciruelos, una parte destinada a huerto y un pequeño establo donde estaba la vaca de la familia. Nadie me lo afirmó, pero estoy segura que también había gallinas. Era un pequeño supermercado en casa, cómo si no, eran una docena de personas.

Hasta aquí nada peculiar que no coincidiera con la situación de multitud de familias que vivieron la última república, guerra civil y post-guerra en la que se desarrollaron sus vidas. Lo verdaderamente singular es la gran inteligencia emocional con la que educó a su familia. Con tantos miembros, aquí cabe decir cada uno de una madre, la diversidad era amplia. Diversidad en formas de ser, de pensar, de entender la vida. Desde el hijo fusilado por defender la republica al militar del ejército franquista. De derechas y de izquierdas, republicanos y monárquicos, católicos practicantes y no practicantes, inteligentes y no tanto, introvertidos y extrovertidos, divertidos y serios. Sin embargo, siempre prevaleció la familia y jugaron como un gran equipo. Cuando mi abuelo era muy joven contrajo la tuberculosis pudiendo superar la enfermedad gracias a que todos aportaron su sueldo para poder comprar de estraperlo la penicilina que fue su salvación. Existo gracias a ella. Hay muchas anécdotas y circunstancias dignas de ser contadas, aunque serían objeto de otro blog y le correspondería hacerlo a una de las primas de mi madre que se sabe más historias que nadie. (Ahora estoy recordando algo que tenemos pendiente, regalarle una grabadora). No obstante, si me apetece relatar la anécdota de la venta de la casa familiar hace algunos años. En la notaría donde se realizó la compra-venta, el señor notario no daba crédito a lo que se encontró en su sala de firmas. Comparecieron todos los miembros de la familia que estaban vivos, más de treinta personas entre herederos de gananciales, herederos solo de padre de los matrimonios sucesivos, hermanos vivos, esposas e hijos de los fallecidos, cuñadas, viudas, nueras, yernos y nietos, todos en perfecta armonía. El reparto del precio de la venta no era fácil, pero un sin número de partidas de nacimiento, matrimonio y defunción después, repartieron esta herencia con un solo motivo de discusión: los herederos a los que correspondía legalmente más importe querían repartir a partes iguales y el resto pretendían que el reparto fuera por derechos. El notario les felicitó efusivamente manifestándoles que nunca había presenciado un reparto de herencia similar, ni creía que lo presenciara de nuevo.

Durante toda su vida, transmitió la importancia de la familia y el respeto que se le debe; a la familia y a los amigos, vecinos y personas que conforman nuestro entorno. Educó en el amor, la tolerancia, la comprensión, la solidaridad; promulgaba la libertad de pensamiento y la importancia de empatizar para poder comprender los hechos y situaciones que nos rodean. Gran defensor de la cultura, del conocimiento, de las humanidades. A mediados del siglo XX este pequeño gran hombre practicó la inteligencia emocional, sin manuales, solo con su gran corazón y pensamiento. Se preocupo de dar una formación humana de alto nivel a todos sus hijos que perdura en la actual generación.

No sé con exactitud cuántos descendientes somos hoy en día, pero en la última comida nos reunimos más de cien familiares alrededor del único hermano vivo y del último tataranieto recién nacido. Hoy en día cada uno vivimos en lugares de la geografía muy dispares, pero cuando una de las primas levanta un teléfono y convoca nadie quiere perderse la celebración.

Los principios y valores que me inculcaron tienen la huella de mi bisabuelo. Por eso no podía iniciar esta biografía sin escribir unas breves palabras en su memoria y manifestar que su receta del chocolate de cobertura seguimos transmitiéndola de generación en generación. Yo me siento muy orgullosa de conservar en mí parte de su esencia. No tuve la fortuna de conocerle, no ob stantesiempre ha estado en mi vida a través de mi abuelo, sus hermanos y resto de descendientes.

A menudo hablamos de ti y te tenemos presente en nuestra memoria, bisabuelo. En mi pensamiento, mi imaginación siempre te ve paseando por tu aldea acompañado de ésta preciosa canción compuesta por Chabuca Granda, en versión de M.ª Dolores Pradera. Mi recuerdo para ti.

 

 

 

 

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1Comentario
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    18:31h, 04 octubre Responder

    Simplemente me encanta!!!!!!!!!
    Para cuándo el siguiente ?

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